Estamos en un momento crucial de nuestra historia, un punto de inflexión donde las decisiones que se tomen hoy definirán el futuro de nuestro hogar, el planeta Tierra. Cuando hablamos de la acción climática, esa respuesta colectiva (o la falta de ella) ante el desafío del cambio climático, surge una pregunta fundamental y compleja: ¿Quién decide realmente el futuro de nuestro planeta? No es una pregunta sencilla, porque no hay una única respuesta. Es como si estuviéramos ante un enorme tapiz tejido con hilos de poder, influencia, responsabilidad y, a menudo, intereses contrapuestos. Explorar quién tiene la sartén por el mango en esta cuestión vital es adentrarnos en un mundo de dinámicas globales que nos afectan a todos.

Piensa por un momento en la magnitud del desafío. No se trata solo de reducir emisiones; es repensar nuestras economías, nuestras sociedades, nuestras formas de vida. Es adaptación, innovación, equidad y justicia. Y en este vasto escenario, múltiples actores con diferentes niveles de influencia, recursos y agendas, están constantemente interactuando, negociando, y a veces, compitiendo por determinar el curso de la acción.

Los Pilares Tradicionales: Naciones y Gobiernos Nacionales

Tradicionalmente, pensamos en los países y sus gobiernos como los principales arquitectos de las políticas ambientales. Son ellos quienes firman acuerdos internacionales, legislan dentro de sus fronteras, establecen objetivos de reducción de emisiones y asignan presupuestos para la transición energética. El Acuerdo de París, por ejemplo, es un hito global donde casi todos los países se comprometieron a limitar el calentamiento global. Las Conferencias de las Partes (COP) de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC) son los foros donde estas naciones negocian, debaten y (con suerte) refuerzan sus compromisos.

Sin embargo, la realidad es más matizada. Cada gobierno responde a sus propios intereses nacionales, presiones políticas internas y realidades económicas. Las decisiones sobre acción climática a menudo se ven influenciadas por la necesidad de mantener el crecimiento económico, asegurar la estabilidad social o responder a grupos de interés poderosos. Un país puede comprometerse a nivel internacional, pero la implementación efectiva de esas promesas puede verse obstaculizada por la resistencia interna, la falta de capacidad o la prioridad de otros desafíos.

Además, la influencia de los gobiernos varía enormemente. Las grandes economías, los principales emisores y los países con recursos tecnológicos y financieros significativos tienen un peso mayor en las negociaciones y en la capacidad de implementar cambios a gran escala. Pero incluso las naciones más pequeñas y vulnerables tienen una voz, a menudo amplificada por su experiencia directa con los impactos del cambio climático y su urgencia por una acción global más ambiciosa.

La decisión de invertir en energías renovables, imponer impuestos al carbono, proteger bosques o regular industrias contaminantes recae, en última instancia, en los gobiernos. Pero esta decisión rara vez se toma en un vacío. Está intrínsecamente ligada a un ecosistema complejo de otros actores que ejercen presión, ofrecen alternativas o, a veces, resisten el cambio.

El Poder Económico: Corporaciones e Instituciones Financieras

Si los gobiernos son los arquitectos de las reglas, las grandes corporaciones son a menudo los constructores (o los saboteadores) en el terreno. Las empresas, especialmente aquellas en sectores intensivos en carbono como la energía, el transporte, la industria pesada y la agricultura, tienen una huella ambiental masiva. Sus decisiones sobre dónde invertir, qué producir, cómo operar y qué tecnologías adoptar tienen un impacto directo y profundo en las emisiones globales y la resiliencia climática.

Históricamente, muchas de estas empresas han sido parte del problema, impulsando la dependencia de los combustibles fósiles y, en algunos casos, financiando esfuerzos de desinformación. Sin embargo, la dinámica está cambiando, impulsada por la regulación gubernamental, la presión de los consumidores e inversores, y la creciente conciencia de los riesgos financieros asociados al cambio climático (los llamados «riesgos de transición» y «riesgos físicos»).

Hoy, vemos un número creciente de corporaciones que establecen sus propios objetivos de cero emisiones netas, invierten en energías renovables, desarrollan tecnologías limpias y adaptan sus cadenas de suministro. Empresas como las grandes tecnológicas, fabricantes de automóviles eléctricos y gigantes de la moda están redefiniendo sus modelos de negocio. Pero, ¿es esto una verdadera decisión de liderar el cambio o una respuesta estratégica para mantener la competitividad y la reputación en un mundo cambiante? La respuesta probablemente sea una mezcla, y varía mucho de una empresa a otra.

El sector financiero, por su parte, juega un papel cada vez más crucial. Bancos, gestores de activos, fondos de pensiones y compañías de seguros deciden dónde fluye el capital. Al incorporar factores ambientales, sociales y de gobernanza (ESG) en sus decisiones de inversión y préstamo, pueden incentivar o desincentivar actividades intensivas en carbono. La desinversión de combustibles fósiles y la inversión en proyectos verdes se están convirtiendo en herramientas poderosas. Las instituciones financieras pueden, de facto, decidir qué proyectos se hacen realidad y cuáles no, ejerciendo una influencia silenciosa pero enorme sobre el futuro energético y económico. La creciente presión sobre los bancos centrales para considerar el riesgo climático en la estabilidad financiera subraya aún más este poder.

La decisión de una sola gran corporación o institución financiera puede tener un impacto global significativo, a veces superando el de un gobierno pequeño. Su influencia se ejerce a través de inversiones, innovación, lobby y la configuración de estándares de la industria. Son, sin duda, actores clave en la acción climática, y quién los presiona y cómo operan es fundamental para determinar quién decide el futuro.

La Fuerza de la Sociedad Civil: Activistas, Científicos y Ciudadanos

Mientras los gobiernos y las corporaciones operan en esferas de poder formal y económico, la sociedad civil, en sus múltiples formas, ejerce una influencia vital desde la base. Organizaciones no gubernamentales (ONGs) como Greenpeace, WWF o la Alianza Mundial para la Naturaleza (UICN) desempeñan roles cruciales en la investigación, la concienciación, la presión política y la implementación de proyectos en el terreno. Monitorean la actividad corporativa, abogan por políticas más estrictas y movilizan a la opinión pública.

Los movimientos activistas, desde el surgimiento de «Fridays for Future» liderado por jóvenes hasta campañas de desobediencia civil, han puesto la crisis climática en el centro del debate público y político. Han logrado cambiar la narrativa, aumentar la urgencia y presionar a gobiernos y corporaciones para que actúen de manera más decidida. Aunque carecen del poder legislativo o financiero directo, su capacidad para movilizar a millones de personas y generar atención mediática les otorga una influencia considerable. Son catalizadores de cambio, haciendo que otros actores con más poder formal se sientan obligados a responder.

La comunidad científica es otro pilar fundamental. Los informes del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) de la ONU, por ejemplo, son el consenso científico mundial sobre el estado del clima, sus impactos y las opciones de mitigación y adaptación. Proporcionan la base de conocimiento que informa las negociaciones políticas y las decisiones empresariales. Los científicos, a través de sus investigaciones, modelado y comunicación, definen el problema y alertan sobre los riesgos, influyendo en la agenda y el sentido de urgencia. Su autoridad reside en la evidencia y el rigor, aunque su impacto depende de si quienes toman las decisiones están dispuestos a escuchar y actuar.

Y luego estamos nosotros, los ciudadanos individuales. Nuestras decisiones diarias sobre cómo viajamos, qué compramos, qué comemos, cómo consumimos energía, todo suma. Aún más importante, nuestra voz colectiva a través del voto, la participación en manifestaciones, el apoyo a empresas sostenibles o la presión a través de redes sociales, puede enviar señales poderosas a gobiernos y corporaciones. El poder del consumidor consciente y del ciudadano informado es real, aunque a menudo subestimado. Podemos elegir apoyar a empresas que lideran la acción climática y penalizar a las que se quedan atrás. Podemos elegir a líderes políticos que prioricen la sostenibilidad.

La sociedad civil no toma decisiones en el mismo sentido que un gobierno que aprueba una ley o una corporación que lanza una nueva línea de productos. Sin embargo, crea el entorno en el que se toman esas decisiones. Generan la presión, proporcionan el conocimiento, establecen las expectativas morales y sociales. Son, en esencia, una fuerza que moldea el contexto para los tomadores de decisiones formales.

El Escenario Global: Instituciones Internacionales y Alianzas

Más allá de los gobiernos nacionales, existen organismos internacionales y alianzas que desempeñan un papel importante en la coordinación de la acción climática global. La CMNUCC, la ONU Medio Ambiente (PNUMA), el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y otras agencias de la ONU facilitan la cooperación, monitorean el progreso, brindan apoyo técnico a los países en desarrollo y actúan como plataformas para el diálogo global.

Estas instituciones no tienen el poder de legislar o imponer políticas a los estados soberanos, pero facilitan acuerdos, establecen normas, movilizan financiamiento y promueven la acción colectiva. Las COP, aunque lideradas por los países, son organizadas y apoyadas por la secretaría de la CMNUCC, que desempeña un papel crucial en la facilitación de las negociaciones.

Además, han surgido numerosas alianzas y coaliciones internacionales que reúnen a diferentes actores para impulsar la acción en sectores específicos. Ejemplos incluyen coaliciones de ciudades comprometidas con la acción climática, grupos de empresas que se comprometen a usar energía 100% renovable, o alianzas financieras para alinear las inversiones con los objetivos de París. Estas iniciativas voluntarias demuestran que la acción climática no está confinada a los marcos intergubernamentales formales, sino que florece en una red global de cooperación.

Sin embargo, la efectividad de estas instituciones y alianzas depende en gran medida de la voluntad política y la cooperación de sus miembros, especialmente los estados nacionales. Pueden crear un marco, pero la acción real a menudo requiere decisiones y recursos a nivel nacional y subnacional. Su poder es más de facilitación y amplificación que de decisión directa.

Innovación y Tecnología: Los Habilitadores del Futuro

Un actor que a menudo se pasa por alto al hablar de quién decide es la comunidad de innovadores y desarrolladores de tecnología. La transición a una economía baja en carbono y resiliente al clima requiere avances tecnológicos significativos en áreas como energías renovables, almacenamiento de energía, captura de carbono, agricultura sostenible y adaptación. Los científicos e ingenieros en laboratorios de investigación, universidades y empresas de tecnología están desarrollando las herramientas que hacen posible la acción climática a escala.

Si bien los gobiernos pueden financiar investigación y desarrollo (I+D) y las empresas pueden invertir en nuevas tecnologías, la chispa de la innovación a menudo proviene de mentes brillantes trabajando en la vanguardia. El desarrollo de paneles solares más eficientes y económicos, baterías de mayor duración, carne cultivada en laboratorio o sistemas de alerta temprana más precisos son ejemplos de cómo la innovación tecnológica habilita nuevas posibilidades para la acción climática.

Los innovadores, por sí mismos, no toman decisiones de política pública o grandes decisiones de inversión. Pero al crear soluciones viables y rentables, influyen en las opciones disponibles para quienes sí toman esas decisiones. Una tecnología disruptiva puede cambiar la ecuación económica, haciendo que las alternativas bajas en carbono sean más atractivas que las intensivas en carbono. En este sentido, los innovadores tienen un poder indirecto pero transformador sobre el futuro del planeta. Están decidiendo *cómo* podemos enfrentar la crisis, ampliando el abanico de posibilidades.

Una Telaraña Interconectada: ¿Quién Decide Realmente?

Entonces, volviendo a la pregunta central: ¿Quién decide nuestro planeta? La respuesta más precisa es que no hay un único «quién». Es una red compleja y dinámica de actores interconectados:

* Los gobiernos establecen las reglas del juego, pero están influenciados por la economía, la opinión pública y los intereses especiales.
* Las corporaciones tienen el poder de la inversión y la innovación a gran escala, pero responden a la regulación, la presión de los inversores y las demandas de los consumidores.
* La sociedad civil (ONGs, activistas, científicos, ciudadanos) ejerce presión desde la base, moldea la narrativa y moviliza la acción, influyendo en el contexto en el que operan gobiernos y empresas.
* Las instituciones internacionales facilitan la cooperación y establecen normas, pero su poder depende de la voluntad de los estados miembros.
* Los innovadores crean las soluciones tecnológicas que hacen posible la transición, cambiando el panorama de lo que es factible y económico.

Nadie tiene el control total, pero todos tienen una influencia. Las decisiones importantes rara vez provienen de un solo lugar; son el resultado de interacciones, negociaciones y, a menudo, tensiones entre estos diferentes actores. Una política gubernamental puede ser impulsada por la investigación científica, financiada por inversiones corporativas, defendida por ONGs y popularizada por movimientos ciudadanos.

Mirando hacia 2025 y más allá, vemos tendencias que sugieren un cambio en la dinámica del poder. El auge de los actores «no estatales» (ciudades, regiones, empresas, inversores, universidades) en la acción climática es notable. Muchas ciudades y estados subnacionales están estableciendo objetivos climáticos más ambiciosos que sus gobiernos nacionales. Los inversores, cada vez más preocupados por el riesgo climático, están exigiendo más transparencia y acción a las empresas. La litigación climática, donde ciudadanos y ONGs demandan a gobiernos y corporaciones por inacción o daño ambiental, está ganando terreno y estableciendo precedentes legales. La voz de los jóvenes, a través de movimientos globales, está ejerciendo una presión moral y política inmensa.

Esto sugiere que el poder de decisión no solo reside en los tradicionales centros de poder (capitales nacionales y sedes corporativas), sino que se está distribuyendo y democratizando. La información fluye más rápido, la capacidad de organización ciudadana aumenta y la interconexión global significa que una acción local o una campaña en redes sociales pueden tener repercusión mundial.

En última instancia, aunque los marcos formales de decisión residan en gobiernos e instituciones, el impulso para una acción climática ambiciosa y efectiva a menudo proviene de la presión externa y las fuerzas del mercado habilitadas por la innovación. La decisión de un gobierno de adoptar una política audaz puede ser una respuesta a la presión ciudadana y las oportunidades económicas creadas por nuevas tecnologías financiadas por inversores conscientes del clima.

El futuro de nuestro planeta no está decidido por un solo actor en una torre de marfil. Se está decidiendo, en este preciso instante, en las salas de negociación de las COP, en las juntas directivas de las corporaciones, en los laboratorios de investigación, en las calles donde la gente marcha y en las urnas donde los ciudadanos votan.

La complejidad de esta red de decisión es un desafío, pero también una oportunidad. Significa que hay múltiples puntos de entrada para influir en el proceso. No necesitas ser un jefe de estado o un CEO para tener un impacto. Cada uno de nosotros, en nuestro rol como ciudadano, consumidor, trabajador, inversor o miembro de una comunidad, tiene la capacidad de contribuir a la acción climática y, por lo tanto, de tener voz en la decisión del futuro de nuestro planeta.

Entender quiénes son estos actores y cómo interactúan nos da una perspectiva más clara de dónde debemos dirigir nuestros esfuerzos para impulsar el cambio. Nos muestra que la acción climática no es responsabilidad exclusiva de «ellos» (los gobiernos, las grandes empresas), sino una empresa colectiva en la que «nosotros», la sociedad en su conjunto, tenemos un papel decisivo.

El camino por delante no será fácil. Hay resistencias significativas, intereses arraigados y la urgencia del desafío es abrumadora. Pero la conciencia crece, la tecnología avanza y la presión de todos los rincones de la sociedad se intensifica. El futuro de nuestro planeta se está decidiendo ahora mismo, a través de las acciones (o la inacción) de todos estos actores interconectados. La pregunta ya no es solo «¿Quién decide?», sino «¿Cómo podemos asegurarnos de que las decisiones que se tomen nos guíen hacia un futuro sostenible y justo para todos?». Y en esa pregunta, la respuesta incluye, fundamentalmente, nuestra propia participación activa e informada. Es un momento de desafío, sí, pero también un momento de inmensa oportunidad para ejercer nuestra influencia y ayudar a dar forma al futuro que amamos.

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