En este momento de la historia, sentimos que el mundo gira a una velocidad vertiginosa, ¿verdad? Las noticias llegan de todas partes, las economías se entrelazan de maneras que antes eran impensables, y los desafíos que enfrentamos, como el cambio climático o las pandemias, no respetan fronteras. Es natural preguntarnos cómo se mantiene unido este tejido complejo. No existe un único gobierno mundial que tome todas las decisiones, y sin embargo, hay un cierto orden, una serie de reglas y acuerdos que, con aciertos y errores, rigen cómo interactuamos más allá de nuestras propias naciones. Esto es lo que llamamos gobernanza global.

Pensémoslo como un sistema operativo para el planeta, pero uno que no fue diseñado por una sola mente maestra, sino que ha evolucionado, se ha parchado y, francamente, a menudo parece que se está quedando obsoleto ante la velocidad del cambio. Las instituciones creadas después de la Segunda Guerra Mundial, como las Naciones Unidas, el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial, fueron pilares de este sistema, pero el mundo de hoy es radicalmente diferente al de hace 80 años. Las dinámicas de poder han cambiado, la tecnología ha transformado nuestras vidas y conectado (o dividido) a las personas de formas inesperadas, y la lista de problemas urgentes y compartidos no deja de crecer.

Entonces, si el «orden del mañana» está en construcción, ¿quiénes son los arquitectos? ¿Quiénes tienen el poder, la visión y la influencia para trazar el rumbo? Esta es una de las preguntas más importantes y fascinantes de nuestro tiempo. No se trata solo de quién tiene más armas o la economía más grande, aunque eso sigue importando. Se trata de quién define las reglas del juego global, quién establece las normas, quién controla los flujos de información y capital, y quién, en última instancia, puede movilizar la acción colectiva ante desafíos que nos afectan a todos.

La Red Cada Vez Más Compleja de Actores Globales

Tradicionalmente, se pensaba que la gobernanza global era principalmente un asunto de estados. Los gobiernos se sentaban en mesas de negociación, firmaban tratados, formaban alianzas. Y sí, los estados-nación siguen siendo actores fundamentales. Son ellos quienes ratifican acuerdos, implementan políticas dentro de sus fronteras y, en última instancia, ostentan el monopolio de la fuerza legítima. Sin embargo, su capacidad para abordar problemas que se desbordan de sus fronteras es cada vez más limitada si actúan solos.

Pensemos en el mundo que viene, digamos, hacia 2025 y más allá. Veremos que la influencia se distribuye de maneras mucho más diversas.

El Poder Creciente Más Allá de los Gobiernos

Aquí es donde la historia se pone realmente interesante y donde emerge la visión futurista. La creación del orden del mañana no reside únicamente en las cancillerías y los palacios presidenciales.

Las Megacorporaciones y la Nueva Geopolítica

Hablamos de empresas que tienen ingresos mayores que el PIB de muchos países, que emplean a cientos de miles de personas en todo el mundo, y que controlan infraestructuras críticas (desde redes de comunicación hasta plataformas de comercio digital). Compañías tecnológicas, farmacéuticas, financieras… estas entidades no solo operan dentro de las reglas existentes, a menudo las están moldeando activamente. Invierten masivamente en investigación y desarrollo, influyen en legislaciones a través de lobby, y con sus productos y servicios, literalmente cambian cómo vivimos y nos relacionamos a escala global. Su poder sobre los datos, por ejemplo, es una forma de influencia que la diplomacia tradicional aún está aprendiendo a comprender y regular. Cuando una plataforma social decide qué contenido se amplifica o se suprime, está ejerciendo una forma de gobernanza sobre la información mundial.

Organizaciones No Gubernamentales (ONG) y la Voz de la Sociedad Civil

Desde gigantes humanitarios hasta pequeños grupos de activistas locales con alcance global a través de internet. Las ONG juegan un papel crucial presionando a gobiernos y corporaciones, brindando servicios donde los estados no llegan, investigando y denunciando abusos, y movilizando a la opinión pública. No tienen ejércitos ni controlan vastos recursos financieros como las corporaciones, pero tienen la legitimidad moral y la capacidad de articular demandas ciudadanas a escala global. Son actores clave en la definición de agendas en temas como derechos humanos, medio ambiente, salud pública y justicia social.

Fundaciones Filantrópicas y el Poder del Capital Privado

Fundaciones con enormes dotaciones, financiadas por individuos o familias acaudaladas, están invirtiendo sumas multimillonarias en áreas como la salud global, la educación o la lucha contra el cambio climático. Al hacerlo, no solo proveen recursos, sino que también influyen en las prioridades de investigación, en la implementación de programas a gran escala y, a veces, incluso en la política de salud pública de países enteros. Su agilidad y capacidad para asumir riesgos a menudo superan a las de las instituciones multilaterales tradicionales.

Ciudades y Regiones Subnacionales

Las grandes ciudades, en particular, se están convirtiendo en actores globales por derecho propio. Son centros de población, actividad económica, innovación y cultura. Muchas ciudades tienen más población y un PIB mayor que algunos estados pequeños. Están formando redes globales para abordar desafíos compartidos como el cambio climático (C40 Cities), la migración o la seguridad. Sus alcaldes y gobiernos locales negocian directamente con otros gobiernos subnacionales y actores internacionales, creando una capa de gobernanza que opera en paralelo o complementa a la de los estados nacionales.

El Impacto Transformador de la Tecnología Digital

La digitalización no es solo una herramienta; es una fuerza que está reconfigurando la gobernanza global desde sus cimientos. Internet, las redes sociales, la inteligencia artificial, la cadena de bloques (blockchain), la computación cuántica… estas tecnologías crean nuevos espacios para la interacción global, pero también nuevos desafíos en términos de seguridad, privacidad, desinformación y concentración de poder.

Pensemos en la gobernanza de internet. ¿Quién decide cómo funcionan los protocolos, quién controla los nombres de dominio, quién establece las reglas sobre los datos? No es un solo gobierno, ni siquiera una institución multilateral tradicional. Es un ecosistema complejo que involucra a corporaciones tecnológicas, organizaciones técnicas sin fines de lucro, gobiernos y usuarios. La emergencia de las criptomonedas y las finanzas descentralizadas (DeFi) presenta un desafío directo a los sistemas monetarios y financieros controlados por los estados y las instituciones financieras tradicionales. La inteligencia artificial, por su parte, plantea preguntas fundamentales sobre ética, regulación y control a escala global, algo que requiere una cooperación internacional sin precedentes, pero cuya gobernanza aún está en pañales y es objeto de intensa competencia entre las grandes potencias y las corporaciones tecnológicas.

La Ciudadanía Global y los Movimientos Transnacionales

En el mundo interconectado, los individuos y los grupos de ciudadanos tienen una capacidad sin precedentes para organizarse y movilizarse a través de las fronteras. Pensemos en movimientos sociales globales que luchan por la justicia climática, los derechos de las mujeres, la democracia o la rendición de cuentas corporativa. Utilizan herramientas digitales para coordinarse, compartir información y ejercer presión. Si bien no tienen el poder formal de los estados o las corporaciones, su capacidad para influir en la opinión pública, dañar reputaciones y movilizar a millones de personas los convierte en actores relevantes en la conversación sobre el orden global. Son, en muchos sentidos, la conciencia de la gobernanza global, empujando para que sea más justa, inclusiva y receptiva a las necesidades de la gente común.

El Papel Cambiante de las Instituciones Tradicionales

Ante la emergencia de estos nuevos actores y las nuevas realidades, las instituciones multilaterales heredadas del siglo XX no se han quedado quietas, aunque a menudo se sienten atrapadas entre la inercia, la burocracia y los intereses contrapuestos de sus estados miembros.

Naciones Unidas, por ejemplo, sigue siendo el principal foro para la diplomacia multilateral y la cooperación en una amplia gama de temas. Sin embargo, su Consejo de Seguridad a menudo está paralizado por los vetos de sus miembros permanentes, y sus agencias a veces luchan por adaptarse a la velocidad del cambio. Hay un debate constante sobre la necesidad de reformar la ONU para que refleje mejor el mundo actual, dando mayor voz a países emergentes y a otros actores.

Las instituciones financieras internacionales, como el FMI y el Banco Mundial, también están bajo presión para adaptarse a las nuevas realidades económicas, incluyendo el ascenso de China y otras economías emergentes, y para abordar de manera más efectiva desafíos como la desigualdad y la sostenibilidad de la deuda en el Sur Global.

También vemos la emergencia de nuevas estructuras de cooperación, a veces informales o basadas en intereses específicos, como el G20 (que reúne a las principales economías del mundo), o diversas coaliciones de países para abordar temas concretos (como la lucha contra el terrorismo, la piratería marítima o la promoción de energías renovables). Estas nuevas formas de diplomacia de «múltiples partes interesadas» a menudo incluyen no solo a gobiernos, sino también a representantes de la sociedad civil, el sector privado y la academia.

Los Desafíos en la Construcción del Orden del Mañana

Con tantos actores y fuerzas en juego, la construcción del orden del mañana está lejos de ser un proceso armonioso. Enfrentamos desafíos mayúsculos.

Uno de los principales es la fragmentación. En lugar de un sistema coherente, a menudo tenemos una sopa de acuerdos, instituciones y actores que no siempre se comunican o coordinan bien. Esto puede llevar a duplicidades, ineficiencias y, lo que es más grave, a lagunas en la gobernanza donde nadie asume la responsabilidad de problemas críticos.

Otro desafío fundamental es la legitimidad y la representación. Si el poder se está desplazando hacia actores no estatales (corporaciones, fundaciones), ¿quién los responsabiliza? ¿Quién garantiza que sus decisiones, que afectan a millones, se tomen de manera transparente y en beneficio del bien común, y no solo de sus accionistas o fundadores? Las instituciones multilaterales tradicionales a menudo sufren de un «déficit democrático», con estructuras de votación o representación que no reflejan la realidad demográfica o económica del siglo XXI.

La competencia geopolítica sigue siendo un factor determinante. Las grandes potencias, viejas y nuevas, compiten por influencia, por definir las reglas del comercio, la tecnología, la seguridad y los valores. Esta competencia a menudo dificulta la cooperación en temas que requieren soluciones conjuntas, como el cambio climático o la regulación de la inteligencia artificial. Existe el riesgo de que el mundo se divida en bloques tecnológicos o normativos, lo que erosionaría aún más un orden global ya frágil.

Finalmente, está el desafío de la velocidad. El cambio tecnológico, social y ambiental ocurre a un ritmo sin precedentes. Las estructuras de gobernanza, que por su naturaleza tienden a ser lentas y deliberativas, a menudo luchan por seguir el ritmo, dejando que los problemas se agraven antes de que se pueda encontrar una respuesta colectiva.

Oportunidades y la Visión del PERIÓDICO PRO INTERNACIONAL

A pesar de estos desafíos, el hecho de que el orden del mañana esté en construcción también presenta enormes oportunidades. La mayor diversidad de actores significa que hay más fuentes de ideas, recursos y energía para abordar los problemas globales. La tecnología, aunque plantea riesgos, también ofrece herramientas sin precedentes para la transparencia, la participación ciudadana y la coordinación a escala global.

La pregunta clave es si seremos capaces de canalizar esta energía y diversidad hacia la construcción de un orden global más justo, sostenible y resiliente, o si prevalecerá la fragmentación, la competencia y la desigualdad.

El «quién creará el orden del mañana» no tiene una respuesta única y simple. No será una sola nación, una sola institución, ni siquiera un solo tipo de actor. Será el resultado de un complejo y, a menudo, desordenado proceso de negociación, adaptación y, sí, también de lucha, entre estados, corporaciones, organizaciones internacionales, movimientos sociales, líderes tecnológicos, filántropos y ciudadanos.

Aquellos que tengan la mayor influencia serán probablemente quienes mejor entiendan la naturaleza cambiante del poder en el siglo XXI: un poder que reside no solo en las armas o la economía, sino también en los datos, las redes, las narrativas, la capacidad de innovar y la habilidad de movilizar la acción colectiva más allá de las fronteras tradicionales.

Como PERIÓDICO PRO INTERNACIONAL, creemos firmemente que comprender estas dinámicas es el primer paso para poder influir en ellas. Nuestro papel es arrojar luz sobre estos procesos complejos, ofrecer perspectivas profundas y visionarias, e inspirar a nuestros lectores a ser parte de la conversación y de la solución. El futuro del orden global no es algo que simplemente nos sucederá; es algo que estamos creando activamente, con cada decisión que tomamos, con cada causa que apoyamos, con cada conversación que tenemos sobre cómo debería ser un mundo mejor.

El orden del mañana será creado por aquellos que tengan la audacia de imaginarlo, la inteligencia para comprender sus fuerzas impulsoras, la voluntad de colaborar a pesar de las diferencias, y el compromiso de construir un futuro que funcione no solo para unos pocos, sino para toda la humanidad. La pregunta no es solo «quién», sino también «¿cómo?» y, quizás lo más importante, «¿para qué?».

Estamos en un momento decisivo. Las decisiones (o la falta de ellas) que tomemos en los próximos años darán forma a las estructuras de gobernanza global que regirán gran parte del siglo XXI. Como individuos y como sociedad global, tenemos la responsabilidad de informarnos, participar y abogar por un orden que refleje nuestros valores más elevados: la equidad, la sostenibilidad, la dignidad humana y la paz. La construcción de este orden es un proyecto continuo, y cada uno de nosotros tiene un papel que desempeñar en él.

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